domingo, 25 de julio de 2010

Quiero tener un aborto tuyo

Cuando me desperté miré el reloj, ya era la una del mediodía. Después de fumar toda la mañana me había quedado dormido, asimilaba todo eso mientras escuchaba el rugir de mis tripas, me moría por hincarle el diente a algo así que me levanté y heché un ojo a lo que había en la nevera. Un par de cervezas de lata, una de ellas abierta lo que me hizo deducir que Bob había hechado un trago antes de irse, ese tipo de detalles son muy comunes en alguien como él por lo que no me extrañó. También había un yogurt caducado, olía tan mal que no lo pude ni cojer para tirarlo a la basura y al fin encontré algo medianamente comestible, ¡una lata de albóndigas!
Tenía tanta hambre que ni se me pasó por la cabeza cocinarlas antes, abrí la lata, cogí una cuchara y me senté en el viejo sofá. Todo ese tiempo había ignorado la presencia de la chica que había acompañado a Heroína Bob por la mañana, también se había quedado dormida en el sofá. Estaba sentada en una de las butacas, con la cabeza hacia un lado y los ojos cerrados, me recordó a mi abuelo y me hizo gracia. Se la veía con sueño y además no era mi problema, Bob se la había traído y él se tendría que encargar de ella así que opté por no despertarla. No duraría mucho el silencio en el apartamento.
- ¡Gilipollas! ¡Grandísimo inútil! - La Bella durmiente se había despertado.
- ¿Qué mosca te ha picado? Menudo despertar...
- ¡Pues que no me has despertado! Algunas tenemos cosas que hacer ¿sabes? y por si fuese poco seguro que te has aprovechado de mi mientras dormía.
- Estás chalada.
- ¿Chalada? Tú eres el chalado aquí, mira lo que te rodea... en menuda cueva vives, ¡pervertido!
- ¿Te crees un bonito y único copo de nieve? Eres la misma materia orgánica en descomposición que yo y todo lo demás, todos somos parte del mismo montón de estiercol. - Sentía ganas de meterle una bala entre los ojos, esa chica me estaba sacando de quicio.
- ¡Grosero! Me voy de este estercolero antes de que me contagie la peste o algo peor.
- No puedes irte sin decirme ni como te llamas, eso me convertiría en un mal anfitrión. - El tono burlón con el que dije esa frase hizo que se hinchase esa vena que todos tenemos en la cabeza cuando nos enfadamos.
- Me llamo Samantha, ¡encantada cretino insufrible!
- Encantado Sam, me encanta tu nombre. - Seguí utilizando ese tono que tanto parecía molestarla.
- ¡Imbécil!
La puerta se cerró de un sonoro portazo, durante unos segundos volví a sentir lo que era la paz y la calma. Seguí comiendo albóndigas crudas. Si tuviera un tumor lo llamaría Samantha. Aquella chica tan mona y callada se había convertido en todo lo contrario y... curiosamente ese carácter me atraía. ¿Me estaría volviendo loco? En ese momento seguía sintiendome insaciado pero con ganas de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario